La vida Onírica

Oniros, uno de los mil hijos de Tánatos, conocido también como Morfeo por su capacidad de tomar la forma de seres humanos y mostrarse en sueños.

lunes, 4 de mayo de 2009

Estábamos huyendo de un dinosaurio que no tenía carne, que sólo era un esqueleto, pero no de hueso, si no de algo así como cemento. Todo el mundo corria por que no había nada que hacer contra semejante bicho, y se metían en un sitio resguardado por una cortina metálica, levantada apenas para permitir que alguien pasase por abajo.

Yo tenía un arma que consistía en un hilo tipo tanza, con un gancho en la punta. Yo lo arrojaba y lograba que se enganchase en una de las costillas del animal, y luego tiraba, logrando romper el hueso. El metal del gancho era muy fuerte, era lo único que dañaba al animal. Pero yo dudaba de usarlo, por que la tanza era débil y podia cortarse. Ante mi duda, un compañero-que se me antojó un cavernícola-me dijo que qué hacía que no lo ayudaba a matar al bicho. Tiro de nuevo mi arma, logrando agarrar otra costilla, tiro y se rompe por fin el hilo. Ya no había esperanza, así que todos nos dirigimos a la entrada cubierta por la cortina, y arrastrándome bajo ella, entré. Dentro todo era cálido, habían muchas luces, ruido y música. Era algo así como una feria, y yo me sorprendía de la vida y la tranquilidad que allí se respiraba siendo que fuera estábamos dando la vida por salvar al ¿mundo?. Yo pensaba: "qué desagradecidos que son en la aldea...". Sigo caminando, y veo mesas repletas de comidas; entramos a un restaurante y me siento a una mesa redonda junto a mis compañeros de batalla. Nadie nos servía comida ni teníamos como pagarla, así que con disimulo agarramos las sobras de los de al lado. Eran bandejas plateadas, llenas de asado. Se veía tan pero tan rico.



Viajaba en un colectivo, pero sólo éramos dos personas. Lo paramos en el medio de una calle, y cruzamos un puente, y costeamos una valla que nos separaba de algo, que no sé si era una costa rocosa, pero me daba la impresión de que sí.

Luego vuelvo a estar en el colectivo, pero eramos tres personas; se había agregado mi abuela. Paramos en la misma calle y cruzamos el mismo puente, pero eramos dos. Mi acompañante me recrimina por dejar a mi abuela tirada en el colectivo, por lo cual vuelvo rápido y la saco del ahora Falcon verde.



Y fin de la historia.

1 comentario:

Gustavo dijo...

Yo no tengo sueños. No se por qué, pero no puedo soñar. Alguien dirá: Sí, soñás. Pero yo no recuerdo nada. Recuerdo que sueño -cuando lo hago- en momentos especiales: cuando como mucho, cuando estoy bajo mucho estrés, cuando me pasa algo raro... a veces sueño sin motivos, ello me llama la atención: lo curioso -quizás previsible- es que se trata de una situación con raíz en algún acontecimiento perdido y sin importancia en el día. En fin, no sé a que viene todo esto (seguro que de mi narcisismo atróz).
Te quería comentar algo sin importancia, que quizás no tenga mucho que ver. La cosa es que me vino a la cabeza ni bien comencé a leer el sueño (cada día soy más experto en hacer asociaciones entre lo que leo y lo que el escritor quiere decir... o lo que pudo haber dicho pero ni por asomo quiso decir, que me parece es el caso): en un ataque a la franja de Gaza de hace un tiempo (no el último), ante la terrible amenaza, se había montado una especie de oasis artificial en medio de la nada, allí donde no llegaban ni las bombas. Allí, en esa ciudad de fantasía, donde no faltaba nada, mas, sobraba todo, fueron a parar refugiados que nada tenían que ver con la invasión (si bien casi ningún civil tiene que ver con los continuos ataques a la franja, estos refugiados en particular eran extranjeros o gente que estaba de paso por el lugar). Resumo: vivían como reyes, a la espera de poder volver a sus lugares de origen, cosa que ninguno quería. Tenían cines, spa's, espectáculos... comían manjares. Si te sorprende, te digo que no es ni sueño ni cuento... esto pasó. Presumiblemente se trataba de narcotraficantes de armas que tenían que lavar dinero. Y se portaron bien.